La peluquería es un lugar ideal para contar chistes. Este verano noté el ambiente cargado entre las señoras y me dispuse a contarles uno que escuché la noche anterior.
Está una tía en la discoteca y viene un chaval:
Él -Te voy a comer to el coño
Ella -¡¿Qué?!
Él -Hay, no. Perdona, disculpa...
Ella - No, no. Ahora me lo comes
Todas empezaron a reír como desaforadas y se lanzaron con otros chistes más picantes, calientes, subidos de tono. El siguiente lo contó una de ellas:
Va un español a Inglaterra y entra en una farmacia,
-Disculpe ¿Hay ampollas?
-Hi, Mister Pollas!
La chica que lavaba el pelo y yo fuimos las únicas que reímos. Después nadie volvió a contar más chistes.
Está una tía en la discoteca y viene un chaval:
Él -Te voy a comer to el coño
Ella -¡¿Qué?!
Él -Hay, no. Perdona, disculpa...
Ella - No, no. Ahora me lo comes
Todas empezaron a reír como desaforadas y se lanzaron con otros chistes más picantes, calientes, subidos de tono. El siguiente lo contó una de ellas:
Va un español a Inglaterra y entra en una farmacia,
-Disculpe ¿Hay ampollas?
-Hi, Mister Pollas!
La chica que lavaba el pelo y yo fuimos las únicas que reímos. Después nadie volvió a contar más chistes.
La lección que aprendí con esta anécdota es que a las señoras no les gustan las pollas pero sí, que les coman el coño.
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